La creación de la sociedad empieza por la Mujer: la
madre creadora, transmisora de vida, de valores y ejemplo para sus hijas
e hijos, ejemplo que ellos y ellas copiarán y nunca olvidarán, para
bien o para mal. Desde los tiempos más primitivos, siempre se ha
considerado hogar donde se encontraba la mujer.
Tanto hombres como mujeres, han sido educados por la
madre, ya que el padre, ocupado en cazar al mamut, irse de cruzadas,
meterse en guerras y luego pasarse el día en la oficina, no siempre ha
sido una presencia continua en el hogar. Ancestralmente, la madre ha
sido responsable de cuidar el fuego del hogar y transmitir su sabiduría a
la siguiente generación.
Pero desde hace mucho tiempo, la adaptación a un
nuevo orden de cosas y su propia supervivencia la empujaron, quizás
inconscientemente, a olvidar los valores intrínsecos a su género
mientras luchaba por recuperar su puesto en la sociedad, el cual el
hombre le había arrebatado por la fuerza, que no por la inteligencia.
En ese ímpetu de correr para recuperar el tiempo
perdido, la Mujer se ha desviado de su camino paralelo y ha entrado en
el del hombre, persiguiendo allí sus reivindicados derechos y
privilegios que nunca debió ceder, en lugar de hacerlo desde su propio
camino, el de la poderosa energía femenina. Quizás las reglas del juego
preestablecido la empujaron a ello, pero ahora ya no es necesario
seguirlas. Ya ha pasado mucho tiempo. La Mujer, una vez más, ha
demostrado su fuerza y su poder, su valentía, su capacidad y su buen
hacer en todos los campos que hasta hace poco eran de exclusivo dominio
masculino.
En su afán de reconquista, justo pero no siempre bien
encauzado y menos comprendido, la mujer ha copiado del hombre sus
vicios, flaquezas y debilidades, (lo que siempre se había considerado
“cosa de hombres”) sin darse cuenta que tan solo forman parte de malos
hábitos para llenar su vacío interior y su atávico aunque oculto
complejo de inferioridad y miedo a la poderosa y sutil energía femenina.
Inconscientemente, la Mujer olvida quién y cómo es en realidad y cae en
el error de copiar: aprende a fumar, a emborracharse, a drogarse, a
envilecerse, a denigrarse, a querer ser como el hombre en su afán de
igualarse a él socialmente, como si el hombre fuese un ejemplo a seguir.
Mientras escala puestos de trabajo bien merecidos por su inteligencia,
creatividad, intuición, poder de adaptación y de comunicación, lo hace
desarrollando su energía yang, masculina, lo cual le ayuda a abrirse
paso a codazos y salir adelante, pero al mismo tiempo copia
infantilmente, hace lo que ve hacer a los hombres, "para no ser menos",
perdiendo el norte, perdiendo su esencia femenina, que es totalmente
diferente de la masculina.
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Siguiendo el camino marcado por el hombre, porque era
el único que había, la mujer ha ido perdiendo en cada recodo, quizás
inconscientemente, sus propios valores: el decoro, la elegancia
espiritual, la belleza interior, el honor, la integridad y el respeto
por sí misma.
Estos valores, como muchos otros, no son
exclusivos de la mujer, sino de todo ser humano; pero es en la mujer
donde adquieren o deberían adquirir carta de ciudadanía. Como siempre se
ha dicho, “ser como la mujer del César: no sólo hay que ser honrada,
sino también parecerlo”.
Sin embargo, nuestra igualdad como
individuos es innata, es humana, porque por encima del macho y de la
hembra, del hombre y la mujer, está el ser Persona, donde no hay
distinción de género ni de sexo. La igualdad, como la libertad, está en
el espíritu y es un don divino con el que nace todo ser humano. Ambas
energías, yin y yang, femenina y masculina, se hallan en los dos
géneros, como dos fuerzas duales que nos completan y que tan sólo hemos
de reconocer y potenciar en cada uno de nosotros mismos para estar en
equilibrio y armonía interior.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijWvDUYs-leQkf5oj-wGc7Tsi5168TsheaWqgt5_61SODd8GQE6_kuFfgnhuVf_h-qB91b0v_GJjG-uvjsMWt9jWEkq9nw02YnDbiDUY7gfvOmoptZccQLdUAuOsfl8THi4cLLhPXG1Wz6/s1600/images22.jpg)
Lo que distingue al Ser Humano de los animales es su
conciencia de ser, el poder de pensar por sí mismo, de elegir y decidir,
su libre albedrío, y su alma. La irresponsabilidad, la inconsciencia y
la degeneración es lo que le convierte en un animal humano. Y animales
humanos los hay, infortunadamente, en ambos sexos. Igual que hay Seres
Humanos evolucionados, cada vez más en ambos géneros, conscientes y
maravillosos, que están marcando la diferencia y son un ejemplo a
seguir.
Uno de los problemas que más fuertemente sacude a una
inmensa mayoría de mujeres, es su falta de autoestima, resultado de la
pérdida de valores propios y de una vida propia, ya que la única que se
le había ofrecido, generación tras generación, era vivir a través del
hombre, como esposa y como madre, pero no como individuo. Esa copia
social, esa libertad convertida en libertinaje, ha propiciado la
degeneración y la involución, en lugar de haber llevado a la mujer a
tomar las riendas para crear un nuevo tipo de sociedad, responsabilidad
de la que ninguna mujer puede zafarse porque nace intrínsecamente
destinada a ello.
Muchas mujeres han dejado de respetarse a sí
mismas, por lo que el hombre ha dejado de respetarlas del mismo modo.
Los niños y niñas, los y las adolescentes de hoy son el resultado del
ejemplo recibido, tanto de madres como de padres no preparados en
absoluto para la gran y maravillosa responsabilidad de educar a otros
seres humanos, indefensos y vulnerables, que copiarán el ejemplo de sus
progenitores y del entorno.
Y para un gran número de mujeres
conscientes y evolucionadas, cuyos valores primordiales son la evolución
espiritual y alcanzar el más alto grado de autorrealización, esa
degradación y envilecimiento significa un inadmisible insulto: el del
agravio comparativo. No todas somos iguales y no todo el monte es
orégano.
Mujer, madre, esposa, amiga y compañera, guardiana de
los valores morales y espirituales, responsable de educar a tus hijos e
hijas: recupera tu honor, tu pudor y tu vergüenza, no cara a los demás,
sino ante Dios y ante ti misma, para recuperar al mismo tiempo tu poder y
tu gracia propia de tu género. Cuando eres libre para pensar por ti
misma, para ser tu misma, ¿para qué copias las necedades y flaquezas
masculinas? No necesitas para nada fumar, ni beber, ni autodestruirte,
ni formar parte de esa masa banal y mediocre cómodamente instalada en la
estulticia, la sordidez y la inmoralidad, algo que antaño la mujer
siempre había criticado y vituperado, y sin embargo después ha pasado a
copiar. Recupera pronto tu conciencia femenina, tu elegancia, delicadeza
y buen gusto, tus buenos modales, tu encanto y tu gracia, tu autoestima
y tu fuerza interior, y esos valores que se escriben con "D", de Diosa,
de divinidad: dignidad y decencia.
Trabaja, estudia, realízate, lucha con tus propias
armas, ponte en el lugar que mereces y te corresponde por derecho
divino, usa tu gran inteligencia e intuición que te son propias; no te
denigres a ti misma convirtiéndote en un objeto al servicio del hombre,
jugando a su propio juego, porque si lo haces también atraerás al tipo
de hombre que busca ese tipo de mujer; luego no te quejes de lo que te
pueda pasar. Mejor elige al hombre adecuado, pero no al que pretenda
brindarte una protección que no necesitas para nada, a cambio de tu
sometimiento y humillación, que no son sino otras tantas formas de
prostitución. Aquel hombre digno, sano y honesto, que no vaya detrás ni
delante de ti, sino a tu lado, para crecer juntos, codo con codo, para
que las energías yin y yang se unan y formen el círculo mágico del amor y
la armonía, desde el respeto, la libertad y la confianza mutuos.
Tu fuerza es la fuerza intrínseca de tu propia
esencia y energía. Tu poder te lo da el poder moral y espiritual de tus
propios valores y convicciones. Sólo viviendo congruentemente, de
acuerdo a tus principios, manifestándote firme y honesta contigo misma,
recuperarás la autoestima, tu propio respeto y el de los demás. Palabra
de honor.
Ser una mujer liberada significa precisamente haberse
liberado del ancestral yugo masculino que ha creado el sistema en el
que vivimos, de su fuerza destructora, de su actitud prepotente y
humillante, y sobre todo significa liberarse de los miedos heredados y
de las falaces limitaciones que nos habían impuesto y hecho creer.
Liberarse no significa convertirse en otro hombre más, sino precisamente
en todo lo contrario: volver al origen de la magnífica y deslumbrante
feminidad.
Ya no necesitas competir ni luchar contra el hombre,
sino luchar por ti misma, por ti como ser humano único e irrepetible,
con una misión que cumplir, con mucho para aportar a la sociedad. Ya
está todo sobradamente demostrado. El hombre ya no es tu enemigo. Es tu
compañero de batalla por la vida, por cambiar un sistema injusto y
obsoleto que sigue limitando el crecimiento tanto de hombres como de
mujeres.
Sé un espejo en el que tus hijos e hijas, las Mujeres
y Hombres de mañana, puedan mirarse sin vergüenza y con orgulloso
respeto. Esos serán los valores que tus hijas hereden y copien, y
transmitan a su vez para que, poco a poco, trabajando en equipo, creemos
una nueva sociedad en la que todos queramos vivir.